LITERATURA. Cuento Real

Un día de otoño bellísimo. Lunes por la tarde. El sol barnizaba las paredes de las casas que los árboles le permitían. Allí, en ese barrio privado, Alicia, Marta y Eugenia se habían reunido en la casa de una de ellas. Lo hacían a menudo desde que sus chicos comenzaron a ser compañeros en el jardín de infantes. El bienestar económico que gozaban les había permitido trabajar solamente en sus casas. Sentadas en el comedor tomaban café mientras miraban su programa favorito en la televisión: un programa de interés general donde ese día ellas vieron y escucharon a una señora de unos cuarenta años aproximadamente. Su testimonio dejó preocupadas a Eugenia. La entrevistada comentaba cuan mal era tratada en su trabajo: ella podría considerarse una esclava aún en el siglo XXI.

Eugenia tomó el control remoto, apagó el televisor y miró a su compañeras. Luego de un momento Alicia quebró el silencio
- “¿Qué pasa Eugenia?”
- “Si mi marido es uno de esos lo mato”-fue la respuesta.
- “Tranquilizate Eugenia, ¿cómo se te ocurre?”- agregó Marta
Cada una se comprometió a adentrarse en los negocios de sus marido.

Tarde de domingo. El invierno cumplía su turno en el almanaque. El frío había informado hasta el más distraído de su llegada. El tenue sol acariciaba las ramas solitarias.
En casa de Alicia las tres se habían dado cita para contarse sus experiencias. El esposo y los hijos de la anfitriona estaban en el estadio. Había tiempo.

Alicia comenzó.
-“ Imposible trabajar dentro de la oficina de mi marido, todo sus empleados me conocen. Así que seguí a uno de los cadetes y conseguí, no sin esfuerzo, que durante tres meses el me daría a mí los sobres para repartir. Aceptó sólo porque yo le había conseguido el trabajo. Yo haría el trabajo sin cobrar su sueldo. En una agencia privada de correo son varios los que reparten así que los encargados de los edificios no se alarmarían.
En los primeros veinte días mi peso había descendido abruptamente. Mi cabeza coordinaba pero hasta una cierta hora del día. No tenía fuerza para nada. El recorrido era muy extenso y yo ya no tengo veinte años. La tarea es tan agotadora que no se condisce con el monto a cobrar.
Un hecho me recordó que yo era una persona. En un banco en plena city porteña, el mismo gerente general me ofreció sentarme a descansar. Mi cara estaba desencajada ya. El señor fue muy amable ofreciéndome descansar sentada en la antesala de su oficina todo el tiempo necesario. No olvidaré mientras viva ese gesto.
Supe más tarde que mi marido se queda con los dos tercios de la ganancia por cada sobre repartido. Él gana más que quien hace el trabajo más duro. Conseguí dos cuentas más y le informé todo a Carlos. Con el ingreso nuevo mi marido tendría el mismo monto de ganacia y sus empleados quedarían equiparados con él en la suma percibida ya que hacían el mayor esfuerzo”
Alicia se quedó callada por un momento. Tragó con dificultad por la vergüenza y como pudo concluyó:
- “Carlos no va a aumentarles a los empleados y con esa diferencia de ganancia planea que adelantemos el viaje a Europa”.

El sol no se quedaría mucho tiempo más. El viento ya hacía sonar su melodía. En ese chalet las tres mujeres intentaban asimilar la realidad. Ya no podrían volver atrás.

Cuando Alicia estuvo tranquila, fue el turno de Marta. A ella no le resultaron sus intentos. Su esposo era directivo en un colegio de renombre. No se puede entrar en el colegio sin que su esposo se entere. No pudo lograr su objetivo.
Era el turno de Eugenia. Se levantó, buscó café. Sirvió en la casa de Alicia. Volvió a la cocina a buscar masitas que no habían falta, las que había servidas eran suficientes. No miraba a sus amigas. Su semblante era tensión. Sus manos daban vuelta una y otra vez sobre su pocillo de café. Al fin se decidió a contar.
-“Yo ya conocía el taller de Esteban, pero siempre había ido algún sábado a la tarde o domingo por la mañana cuando íbamos a buscar alguna cosa. En cambio en la oficina de Él había estado más veces. No fue difícil entrar a trabajar en el taller. ¡También!, con lo que se cobra y trato que se recibe, el que puede no se queda. La rotación de personal es constante. Pero algunos no tienen otra opción, no consiguen otro trabajo por el momento y tienen familia que alimentar. Una de las chicas está embarazada. Como su tarea es en mesa y no en máquina no la dejan sentar durante las doce horas de trabajo. Los baños parecen un pantano; durante la jornada laboral no te dejan limpiarlos y cuando termina el día nadie quiere quedarse para asearlos. Sin excepción terminamos agotados. La radio a todo volumen ocupa el espacio del dialogo que nadie hace por miedo a recibir un llamado de atención. Existen dos planchas tintoreras que suman bastantes grados. En pleno invierno es como si se estuviera en verano. De los quince que somos solamente cuatro están en blanco.
Esteban únicamente recorre el taller los lunes a media mañana, así que no tengo mayores problemas. Voy al baño cada vez las veces que viene.”
El silencio se adueñó del espacio. Eugenia cabizbaja. Alicia parecía haber olvidado su experiencia. Marta reflejaba en su rostro sentirse incómoda además de conmovida por el relato de su amiga. Los minutos pasaban pero la imagen se mostraba congelada.

-“Hablaste con él Eugenia”-preguntó Alicia.
-“Le comenté lo de la tele- contestó Eugenia- y le expliqué lo que me proponía. Desde un primer momento él supo que yo estaba trabajando. Pero lo que no sabía es que era en su taller. Días después me dijo que estaba hecha un histérica, que me irritaba por cualquier cosa y que cuando decía algo gritaba como si tuviera que levantar la voz para que me escuchasen. Me hizo un comentario sobre la cama. Era él o seguir trabajando en lo de ese canalla me señaló.”
-“Cuando le vas a decir que es él?”- se animó a decir Marta.
-“Mañana, cuando recorra el taller”- afirmó Eugenia.

Es un espacio grande, muy grande, pero en su extensión existen pocas ventanas. Las máquinas de coser no paran ni un segundo. La radio está a todo volumen. Nadie habla. Eugenia está en su lugar, utiliza la plancha tintorera, la que está al lado de la puerta de entrada. Aunque es invierno, allí se siente verano.
Son las nueve. Alguien golpea la puerta. Esteban acaba de identificarse. Las dos vueltas de llave parecen nunca acabar. Eugenia es llanto. Su angustia ha podido más que toda impuesta disciplina. Ya nadie trabaja. Todos quieren saber pero la escena se esfuma...Esteban y Eugenia dejan el lugar cerrando detrás de sí la puerta.